Comenzó a llover como un rastro infinito de ángeles cayendo a través del tiempo. Era de noche y la batalla había terminado. Estaba en medio de un reguero de cadáveres que todavía parecían sentir la Brisa del Mundo. «¿Qué he hecho?», pensé. Había cumplido con mi deber: ser un guerrero letal e infalible capaz de derrotar a los Ghärin, poderosos guerreros provenientes de las Cuevas del Infinito. Habían nacido en un mundo plagado de oscuridad y pretendían hacerse con el poder.
Solo quedé yo
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