Y comenzó el baile de la muerte. Recordé el pasado y escribí sobre el mar. Recordé los nombres de personajes inventados que merecían cobrar vida, aunque solo fuera durante algunos segundos.

Sucumbí al caos. Escribí todas aquellas palabras imborrables.

Tus ojos llueven dentro de mí. Son las estrellas fugaces de ese mundo que no puedo alcanzar: el que desaparecerá bajo mis pies. Es un lugar entre las nubes, un cielo pasajero. Quiero refugiarme en él para siempre, dejar de ser yo, inventar historias que me ayuden a conciliar el sueño. 

El amor lo sella todo, lo amuralla todo.

Y yo caí como una piedra dentro de un cristal que se abalanzaba en un océano de hielo caótico. Caí en lo más profundo del mar y me mecí entre las olas y me adentré en la lejanía. Me protegí de mí mismo y de las huellas del pasado.

Y de eso iba la vida, de rellenar el papel. De tratar de sacar algo de uno mismo. De hacer arte, todo el arte posible para llenar la maldita existencia.

«Cada palabra vale oro», pensó el Escritor sin Nombre. Pero no es el oro lo que tiene valor, sino la palabra misma y el tiempo. Y cada una de ellas cuenta como un granito de arena.

El rey estaba solo en el mundo. Una mañana, despertó bajo un árbol y una diosa se le acercó: «Tienes los ojos más bellos del reino, ¿por qué estás tan solo?», dijo. El rey respondió: «Porque nadie me mira a los ojos».

La paz errante camina entre las sombras y la luz de los astros. La mirada infinita del tiempo se cierne sobre mí. El mundo escucha el tormento de los corazones enterrados. La libertad de la lluvia aparecerá como un sueño al amanecer.

Las estrellas no duermen en paz. Sueñan con ser alguien. El cielo ha caído y las sombras se aproximan desde los infiernos. Los rostros de la noche se ciernen sobre el mundo.

Aprisionados entre dos mundos, caminaban como ángeles endemoniados buscando la salida hacia la nada. El mundo real, ahí afuera, latía con fuerza.

El Corazón de Hielo nació en las Tierras de Fhyör. Surgió, como un rayo de luz, del interior del mundo. Surcó los mares y creó amaneceres. Destruyó islas y las forjó después. Ahora está en mi pecho, sin saber qué sentir. No late, pero está vivo. Está prisionero.